Según la leyenda, hace muchos años, en el estado de Nayarit, había un pueblo llamado Michiztlán, donde un rey vivía con su esposa y su hija, una bella joven llamada Tepozilama, a la que el rey quería mucho y cuida con especial atención.
Un día, Tepozilama paseaba con sus damas cuando de repente vieron un venado herido de muerte. Al acercarse para ayudarla, les detuvo la voz de un joven y apuesto guerrero de otro pueblo, a lo que Tepozilama respondió: “¿Quién eres y qué haces aquí? El joven guerrero respondió: “Soy Pintontli.
Al poco tiempo Tepozilama y Pintontli se enamoraron, aunque sabían que había problemas entre sus dos pueblos, pero su amor era tan grande que no les importaba.
Tiempo después, durante las fiestas del pueblo de Michiztlán, Tepozilama fue a visitar a Pintontli. Cuando el padre de la niña se dio cuenta de que había desaparecido, interrogó a sus damas de compañía para averiguar dónde estaba la princesa.
El rey se dirigió con sus guardaespaldas en busca de Tepozilama, fue en un rincón escondido entre las ciudades en guerra, donde la encontró.
Cuando el rey llegó al lugar donde se encontraban los enamorados, Michiztlán le dijo: “Padre, sé que mi pecado es muy grande, pero estoy enamorada y te pido que me cases con él”, a lo que el rey respondió: “Mi hija nunca se enamorará de mis peores enemigos”, luego pidió a sus guardaespaldas que se la llevaran, la ataran y no le dieran de comer. Posteriormente hicieron lo mismo con Pintontli.
Así, Tepozilama y Pintontli, atados a un árbol, de espaldas, el uno al otro; tan cerca y a la vez tan lejos, lloraron su desgracia durante días y noches, hasta que sus lágrimas formaron la gran, enigmática y hermosa laguna que hoy se conoce como la Laguna de Santa María del Oro.
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